Astrofotografía

  Cuando una persona levanta la vista al cielo nocturno desde una localización privilegiada sin contaminación lumínica, siente inmediatamente el deseo de saber qué es exactamente lo que está viendo, de orientarse, de reconocer las constelaciones, de diferenciar una estrella de un planeta, de hacerse una idea de las distancias que nos separan de esas lucecitas que nos sobrecogen.

  Muchas veces, algunos, acabamos con un telescopio para abarcar más, para ver más de cerca lo que ya es bello a simple vista. Y eso nos impulsa a la necesidad de seguir aprendiendo.

  Si además de eso sentimos fascinación por la fotografía, es de esperar que en algún momento se nos ocurra la idea de poner el telescopio delante de la cámara. En ese momento uno se da cuenta que no es una tarea fácil; pero la sensación de que conseguir una fotografía de lo que acostumbra a ver a través del ocular está al alcance de la mano, hace que no se cese en el intento y que poco a poco se vayan adquiriendo los conocimientos necesarios para conseguirlo. Además, las posibilidad que nos brinda una cámara fotográfica de hacer largas exposiciones, y por lo tanto de acumular luz durante mucho tiempo, nos permite ver cosas que no vemos cuando miramos a través del telescopio.

  Si echamos la vista atrás, nos sorprendemos de la cantidad de cosas que hay que aprender para lograrlo. Instantáneamente después de obtener esa primera foto, queremos que la siguiente sea mejor. 

  Este proceso nos sumergió en el apasionante mundo de la astrofotografía. Un telescopio lleva a otro, una cámara a otra, una nebulosa a una galaxia... y cuando menos te das cuenta, la fotografía de cielo profundo se convierte en el centro de la afición por la astronomía.